El proyecto fue planteado como una nueva configuración geográfica al interior del alargado Valle de Aburrá, a medio camino entre el cerro Nutibara y el cerro El Volador. Es una topografía arquitectónica con cualidades específicas paisajísticas y espaciales; desde la lejanía o desde lo alto posee una imagen geográfica abstracta y festiva y desde su interior, el movimiento de la estructura de cubierta genera el acceso de una luz tenue y filtrada, adecuada para la realización de eventos deportivos”, explican los arquitectos.
Este complejo de escenarios deportivos entiende lo interior y lo exterior, lo edificado y lo abierto, de manera unificada. El espacio público exterior y los coliseos se plantean en una relación espacial continua, gracias a una gran cubierta construida a través de unas extensas franjas de relieve. Los cuatro coliseos funcionan de manera independiente, pero desde el punto de vista urbano y espacial se comportan como una gran unidad con espacios públicos abiertos, espacios públicos cubiertos, e interiores deportivos.